Archivo mensual: febrero 2015

Las zapatillas de Víctor Barrio

vbarrioEl frio imperaba en la feria de Valdemorillo: en el pueblo, en el tendido y en el ruedo. Pero el domingo llegó Víctor Barrio y, con él, apareció el sol. Cada paso al frente era un rayo de la estrella luminosa que, de forma sorprendente, calentaba los sentimientos y emociones de los presentes.

Sus manoletinas se ahondaban en el albero al hacer el paseíllo. Sus pasos; firmes y contundentes, dejaban conjeturar lo que más tarde todos pudieron contemplar. Y es que cuando se evoque la feria del pueblo madrileño del año 2015, será recordada por el triunfo de Víctor Barrio.

Con los pies juntos, en el centro del ruedo, el torero segoviano comenzó a dejar su huella en el coso de La Candelaria con el primero de su lote. Talones levantados, con las rodillas hincadas en la arena, para recibir con faroles al otro toro de Cebada Gago que salió de chiqueros. Pie adelantado para colocar con técnica las piernas, la cintura, el cuerpo y ejecutar un toreo con técnica aliñado de sentimiento. Manoletinas que se clavan en el albero tentando a la suerte. Sin movimiento. Con seguridad. Que consiguieron desprenderse de la tierra para elevarse a hombros al salir por la puerta grande.

Y en la faena a su segundo animal, Víctor Barrio, lanza sus zapatillas. Gesto que algunos consideraron pudendo. Pero ese lanzar provino de los olés del respetable que hacían temblar la plaza; del aire triunfal que se respiraba. De las ganas de emocionarse que los asistentes poseían y para las que Barrio fue el pozo previsto de conmoción.

Y este puede ser el comienzo de un futuro gran torero. Ya lo decía el poeta Antonio Machado: “caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Víctor Barrio ha comenzado a andar en Valdemorillo. Desde el saludo capotero, con una tafallera, a su primer toro, hasta la petición ferviente de indulto al sexto astado de la tarde, se creó un camino. Camino, que si reina la justicia sobre los intereses, podrá expandirse en las venideras ferias taurómacas.

 

Artículo publicado en Burladero

 

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El rojo: color torero

moranteMERCEDES GENTIL._ El toreo es pureza. Hondura. Emociones. Sentimientos. Vistosidad. Color. El toreo es rojo.

Rojo como esa muleta que se sitúa entre toro y torero. Esa misma que es testigo de la más bella danza que pueda existir en el mundo. Esa tela audaz que el diestro sostiene en su mano, a la que el toro acude con embestidas que demuestran su bravura. Muletazos de ensueño. Naturales que llevan la verdad por bandera.

Rojo como los burladeros y barrera que delimitan el escenario en el que tiene lugar la más emocionante de las artes. Tras la barrera roja se sitúa el respetable sediento de arte. Delante de los burladeros los toreros calman la sed de los presentes, en ese mismo momento en el que continúan con el legado de Cúchares.

Rojo como el color de las rayas de picar de la Maestranza. Esa plaza en la que el duende, el sentimiento y la maestría suenan de una forma única. Porque no hay lugar del mundo en el que un olé retumbe y traspase el corazón como lo hace en el coso sevillano.

Rojo cual clavel que inunda los alberos tras grandes faenas. Esa flor que las mocitas lucen en su pelo las tardes de toros. Y que elegantes caballeros prenden en el ojal de sus chaquetas como distintivo de caballerosidad. Ese clavel rojo, sin duda, la flor torera por excelencia.

Rojo como el color de la rosa que, por un instante, aúna a caballo, toro y rejoneador. Segundos en los que se pierde la triple identidad dando lugar a la individualidad. Una rosa que, minuciosa y milimétricamente, hace que la coexistencia en el ruedo sea emisora de belleza sin cesar.

Rojo como el color de la sangre que nos demuestra la autenticidad de la Tauromaquia. La verdad del toreo. La bravura del toro. La peligrosidad. Sangre que brota del animal aumentando su bravura e instinto de lucha. Sangre que el torero está dispuesto a derramar frente al astado aunque sea lo último que haga en vida. Resulta paradójico y enigmático que los amores que matan sean los que nunca mueren.

Y es que el toreo es rojo como el corazón. Ese corazón que late con cada pase. Con cada verónica. Con el picador que controla los puyazos. Con cada banderilla puesta al violín. Corazón rojo que late por y para la Tauromaquia. Rojo como el color que representa al amor; el amor inexplicable que se siente por este arte entre las artes.

Artículo publicado en Fotos de Toros

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