MERCEDES GENTIL._Hoy tiene lugar una efeméride que nos recuerda el día en el que nos quedamos huérfanos del maestro entre maestros. Fue el plomo de una bala lo que causó que, el 8 de abril de 1962, se terminara con la gran historia que fueran Joselito y Belmonte para pasar a ser una preciada leyenda.
Belmonte murió por decisión propia; igual que había dictaminado la muerte de muchos toros en la plaza acabó siendo el juez de su vida. El torero sevillano, rival por excelencia de “El Gallo”, afirmó que: “Luchamos mucho, sostuvimos una larga competencia con fuerzas equilibradas en todas las plazas, pero donde Joselito me ganó la partida fue en Talavera“.
Quiero destacar que lo importante no es cómo murió el gran Juan Belmonte, sino que la importancia está en su vida y en todo lo que aportó e hizo por y para la Tauromaquia. Cambió el toreo que hasta entonces había establecido Montes, acercó a los intelectuales a la Fiesta Nacional, tenía una peculiar y taurina forma de ser,… todo ello hizo de Belmonte un torero único. Es más, me atrevería a decir que los toros de hoy en día son una repercusión de lo que Belmonte fue.
Muchas veces pienso en esa España de 1914 dividida entre belmontistas y gallistas. Cierro los ojos y, de tantas horas que he pasado contemplando sus fotografías frente a los astados, en mi mente es fácil reconstruir la imagen de la torería en estado puro. He leído y releído la obra cumbre de Manuel Chaves Nogales; “Juan Belmonte, matador de toros”. Y cada día envidio con toda mi alma a todos aquellos que pudieron ver en directo al fundador del toreo moderno regalando arte.
Hoy más que el resto de días hay que recordar a “El pasmo de Triana”. A uno de los protagonistas de la Edad de Oro del toreo. Al inimitable, único e indescriptible. A él: Juan Belmonte.
( Pintura: “Belmonte en plata” por Ignacio Zuloaga).
Leer artículo en Nyotoros