MERCEDES GENTIL.- Un millón de súplicas no pueden hacer que vuelvas. Lo sé, porque hemos suplicado. Tampoco un millón de palabras. Lo sé, porque las hemos dicho. Tú, que has sido el juez de la vida de tantos toros, dictaminas un importante cambio en tu carrera taurómaca.
Y te has ido, Aníbal Ruiz, dejando huérfana a la Tauromaquia manchega. Esa que ha visto a uno de sus hijos vestir de la mejor manera posible un traje de luces. Un torero que ha sido, es y será el orgullo de la tierra. Que mediante largas cambiadas, verónicas de ensueño, atrevidas chicuelinas, el puente característico, muletazos de arte y suertes supremas cargadas de autenticidad, ha escrito meritorias páginas en la historia del toreo.
Los porqués inundan el vocabulario y mente de los aficionados ante tal decisión. Se despide ahora, que no hay ruedo que se le resista, que verlo torear es un gusto para los sentidos. Ahora que ha alcanzado el cenit del toreo. Y nadie lo entiende o, mejor dicho, nadie lo queremos entender.
Quizás ocurra que en estos instantes, en la agonía de despedirnos, es cuando somos capaces de comprender la profundidad de su toreo. La verdad de su filosofía taurina. El arte que ha desbordado por los cosos en los que le han dado la oportunidad. Un torero, con mayúsculas, al que la Tauromaquia nacional no ha sido equitativa en otorgar lo que él ha llegado a transmitir.
Muchos esperamos que la esperanza no sea un gran falsificador. Por eso queremos convencernos de que esta despedida es obligatoriamente necesaria para un reencuentro. Y, con gran fortuna, puede que no muy tardío.
Esos ruedos a los que has dicho adiós para toda la vida, toda la vida seguirán pensando en ti. Aníbal, has conseguido, gracias a tu toreo, abrir las puertas grandes de muchas plazas de toros y, también has logrado abrir, la puerta más grande que tenemos las personas: el corazón.
Artículo publicado en Burladero